Vivimos en el imperio de lo mental, de las experiencias pensadas y no vividas. Lo racional está tan sobrevalorado que creemos a menudo que pensar las cosas equivale a hacerlas y experimentarlas. Pero eso no es cierto en la mayoría de los casos. Nada sustituye a la experiencia.
Estoy harta (sí harta, yo también me harto de cosas como todo el mundo) de ver gente que ofrece su asesoramiento en algo que sólo conocen de manera teórica. Es cierto que algunos saberes sólo pueden conocerse de manera teórica en una parte, pero la otra parte, la imposible de experimentar por uno mismo, se sustituye con otro tipo de experiencia. Por ejemplo, un médico no va a pasar por todas las enfermedades que trate, como es lógico, pero está tan cerca de ellas, se pasa tanto tiempo practicando con enfermos y tutelado por sus maestros, que al final es casi como si las hubiera experimentado él mismo. Eso es completamente distinto de personas que se estudian algo de memoria y lo cuentan como si de verdad lo supieran. Y entonces se permiten cosas como enseñar a padres sin haberlo sido nunca (y es difícil experimentar lo que es ser padre sin serlo), o dan clases de Coaching sin haber tenido apenas clientes o se hacen Coaches deportivos sin apenas practicar deporte y sin haber participado nunca en una competición. Es sólo saber teórico. No han sentido en sus cuerpos el esfuerzo, el dolor, la tensión de la competición y se creen que lo saben. Y sólo lo saben intelectualmente.
Porque en lo que somos bastante malos es en imaginarnos cómo nos sentiremos en una situación futura. Diversos estudios han demostrado que tendemos a creer que lo pasaremos peor de lo que luego lo pasamos en realidad en situaciones “negativas” y no tan bien cómo creíamos en situaciones “positivas”. Ejemplos de esto serían personas que se enfrentan a enfermedades graves con mucha más entereza de la que nunca hubieran soñado. O citando un ejemplo más ligero, esa sensación de leve decepción que notamos cuando acontece algo que habíamos esperado mucho tiempo. La realidad no suele ser tan espectacular como imaginábamos.
Voy a citar un ejemplo personal de esa dificultad que tenemos de imaginar cómo nos sentiremos en escenarios futuros. Ya hacía un tiempo que quería tener un gato. Cuando vivía con mis padres habíamos tenido gatos y suponía que la experiencia sería muy similar. Así que decidí adoptar uno. Y el rango de emociones y experiencias que estoy teniendo con el gato es bastante diferente a lo que había imaginado. Me ha salido un lado protector que no sabía que tenía tan acentuado. Y entiendo a esas personas que consideran a su mascota parte de su familia. A pesar de que debo confesar que hace un tiempo me parecían un tanto ridículas. Y ahora yo soy, con orgullo, una de esas “ridículas”. Así son las cosas cuando dejamos de imaginarlas en nuestra cabeza y nos ponemos a experimentarlas con nuestros cinco sentidos.
No es que hayamos que despreciar lo racional y andar por ahí a tontas y a locas, pero sí que conviene poner la razón en el lugar que le toca. Y empezar a dejarnos guiar más por esas corazonadas, esas cosas que surgen de la intuición y para las que no tenemos explicación. Y animarnos a vivir más experiencias, que podamos ver, tocar, saborear. No sólo pensar acerca de las cosas sino vivirlas. Muchas de ellas sólo servirán para que comprobemos que eso es algo que no nos interesa. Pero otras veces, nos sorprenderemos descubriendo sensaciones y emociones que nunca hubiéramos imaginado. Tal vez incluso podamos descubrir nuestra pasión, nuestro elemento.
Hemos de recordar que el verdadero aprendizaje se produce cuando todo nuestro ser está implicado en él. Cuando pensamos y sentimos. Cuerpo y mente a una. No somos muy buenos memorizando las cosas sin más. Por eso hay tantos niños que se aburren en el colegio, porque les explican teóricamente las cosas y no tienen ninguna experiencia sobre ellas. Y hay que experimentar, más y mejor. Recuerda lo que dijo Anthony de Mello: que jamás se ha emborrachado nadie a base de comprender intelectualmente la palabra vino. Así que sal ahí fuera y prueba y comprueba por ti mismo. Deja que tu cuerpo te diga dónde está tu elemento.
¿Tratas de entenderlo todo racionalmente? ¿Te atreves a probar y experimentar?
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